miércoles, 19 de marzo de 2014

Sistema Penitenciario: ¿Cuál es el problema?

La insostenibilidad del sistema penitenciario responde a problemas en el diseño de la política criminal, al déficit financiero y a la inoperatividad de las actividades de resocialización, así lo advierte el Grupo de Derecho de Interés Público y la Relatoría de Prisiones de la Universidad de los Andes.

La crisis del sistema penitenciario colombiano ha sido un tema ampliamente documentado y es una situación conocida por el Gobierno y la ciudadanía. No en vano ya no sorprenden las noticias que dan cuenta de las condiciones de vida infrahumanas a las que son sometidas las personas en los establecimientos de reclusión, o las que reportan, una y otra vez, los problemas de salubridad y hacinamiento que se presentan en las cárceles.

Como lo ha documentado el Grupo de Derecho de Interés Público y la Relatoría de Prisiones de la Universidad de los Andes, la insostenibilidad del sistema penitenciario responde a problemas en el diseño de la política criminal, al déficit financiero y a la inoperatividad de las actividades de resocialización. Estos problemas se intensifican, a su vez, con la persistencia de la violación masiva de derechos humanos a la población reclusa como consecuencia del hacinamiento carcelario.

Como lo muestran las cifras, en las dos últimas décadas Colombia ha experimentado un aumento drástico y sostenido de las tasas de encarcelamiento. Durante el período comprendido entre diciembre del 1993 (tiempo en el que se promulgó el Código Penitenciario y Carcelario) y abril del 2012, la población de internos pasó de 29.114 a 107.320 personas, pero la capacidad de los establecimientos de reclusión sólo se incrementó en 50.701 cupos. Hoy el índice de hacinamiento alcanza su máximo histórico, al llegar a 41.8 por ciento.

El hacinamiento, que ya luce insostenible, ha empeorado con la entrada en vigencia de la Ley 1453 del 2011. Esta ley, comúnmente identificada como “Ley de seguridad ciudadana”, incrementó las penas de algunos delitos y modificó sustancialmente la tendencia de crecimiento de la población reclusa a partir de junio del 2011. Así, entre junio del 2011, mes en el cual entró en vigencia la Ley 1453, y abril del 2012, la población penitenciaria aumentó en 13.933 personas. En total, se pasó de 93.387 internos en junio del 2011 a 107.320 internos en abril del 2012.

Ante este nuevo escenario, de acuerdo con cálculos y cifras del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), la población reclusa crecería en promedio 18.000 individuos por año, con lo cual se llegaría a 156.700 personas presas para diciembre del 2014. Este incremento de la población reclusa es preocupante puesto que para finales del 2014 la capacidad de cupos del sistema se mantendría en 75.676. Es decir que, de seguir así, se generaría una sobrepoblación aproximada de 80.000 personas, lo cual haría que el índice de hacinamiento fuera incluso superior al 100 por ciento.

Esta eventual sobrepoblación, en términos de sostenibilidad financiera, haría colapsar al sistema carcelario. En el 2012 el sistema ya presenta un déficit presupuestal del 13,5 por ciento. Ahora, si se considera que el costo anual de un interno, según el INPEC, es de 11.540.372 millones de pesos, para el 2015, el déficit presupuestal podría ser superior al 40 por ciento.

Como es obvio, este déficit agraviaría la situación de la población reclusa y le impediría al Estado cumplir, por ejemplo, la contratación adecuada de los servicios de salud y la alimentación para los internos, el mantenimiento de la infraestructura, los traslados o el suministro de materiales para las actividades de resocialización.
A su vez, el hacinamiento y los problemas de financiación se traducen en las escasas oportunidades de educación y trabajo que las cárceles ofrecen a la población reclusa.

A pesar de que la educación y el trabajo son dos de los pilares del esquema de resocialización del sistema penitenciario, la realidad de las prisiones colombianas muestra que el Estado está lejos de proveer las condiciones mínimas necesarias para alcanzar el ideal de resocialización que justifica su accionar.
Por ejemplo, de acuerdo con cifras del INPEC, en 1999 el 41 por ciento de la población carcelaria tenía trabajo; en diciembre del 2005 el 34,4 por ciento tenía alguna ocupación y en septiembre del 2008 tal porcentaje fue del 31,7 por ciento. 

En la actualidad, la población reclusa ocupada es de sólo el 27 por ciento. En este sentido, se puede decir que la prisión colombiana no ha sido capaz de lograr su fin último y más importante, que es reformar y educar a los reclusos, y que esta ha sido una institución puramente punitiva y no en un mecanismo de rehabilitación.
Ante la crisis del sistema penitenciario, la solución reiterada que el Estado colombiano ha ofrecido ha sido históricamente la misma: la construcción de más establecimientos de reclusión. No obstante, este tipo solución parece bastante problemático e inadecuado puesto que asume que la población reclusa seguirá aumentando de forma constante y acelerada, con lo cual queda en evidencia una política profundamente punitiva que no resuelve los problemas que generan criminalidad.

Adicionalmente, la experiencia muestra que las nuevas cárceles sólo suplen parcialmente los problemas de hacinamiento existentes (permitiendo reubicar a la población hacinada actualmente), pero no crean nuevos cupos para las personas que sean privadas de la libertad en el futuro. De este modo, ante el crecimiento exponencial de la población reclusa y el déficit presupuestal que alega el INPEC, la construcción de más cárceles y penitenciarías es una solución errada.


Villahermosa, la más hacinada


Villahermosa, la más hacinada
Si de sobrepoblación se trata, el primer lugar lo ocupa la cárcel Villahermosa de Cali, con 4700 personas, superando su capacidad real (1667 cupos). A la capital del Valle le siguen Medellín, con 4470 personas adicionales a su capacidad, y Montería, con 1171.
Por su parte, Bogotá, Medellín y Combita (Boyacá) son las ciudades que reportan los centros penitenciarios con mayor cantidad de internos intramurales. El Complejo Metropolitano de la capital del país encabeza la lista de los diez Establecimientos de Reclusión del Orden Nacional (Eron) con más internos intramurales, al tener 8102; seguida del Establecimiento Penitenciario y Carcelario de Medellín, con 6894, y cierra la lista Combita, con 2862 personas.
Según el Inpec, durante el segundo semestre del 2012 el incremento mensual de internos más notorio se registró en julio (1,2 %). Para el mismo periodo del 2013 el promedio mensual de ingreso a las cárceles fue de 362 personas (0,3 % promedio). Al comparar diciembre del año pasado con el mismo mes del 2012, se observa que la población carcelaria se incrementó en 6148 internos (5,4 %), y a diciembre del 2013 el hacinamiento estaba calculado en 120.032 personas; mientras que al cierre de enero era —según la Defensoría— de 120.387.
Estos números son los que llevan a reiteradas preguntas acerca de qué está sucediendo con la política criminal del país y ante las cuales analistas citan las leyes 906 del 2004 (Sistema Penal Acusatorio), Ley 1453 del 2011 (Seguridad Ciudadana) o Ley 890 del 2005 para tratar de determinar lo que sucede. Tras la entrada en vigencia de estas normas, el Defensor advirtió que “la situación ha llegado a niveles críticos que ponen en riesgo tanto el bienestar de la población carcelaria como el de toda la sociedad”. Todo parece indicar que el remedio ha salido más caro que la enfermedad.
Según cifras del Inpec,  creció un 2,8 %. Este ha sido uno de los argumentos en los que muchos cifran el problema del hacinamiento, pues se considera que en las penitenciarías solo deberían estar los internos ya condenados.
Hasta diciembre del año pasado, el 92,5 % de la población carcelaria del país estaba constituida por hombres y el promedio restante eran mujeres. De estos, el 30,9 % era sindicado y el 69,1 % condenado. Así las cosas, salta a la vista cómo por cada dos condenados hay una persona sindicada.
En cuanto a los rangos de edad de la población carcelaria, para el segundo semestre del 2013 la mayoría estaba entre los 30 y 54 años (62.164 internos), seguido de quienes tenían entre 18 y 29 años (50.539 personas en promedio).
Frente a las ocupaciones de los internos dentro de los penales, el 2013 cerró con 38.108 (46,9 %) que realizaban trabajos en las áreas industrial, artesanal, agropecuaria y de servicios administrativos. Mientras que otros 41.649 (51,2%) asistían a programas educativos en sus distintas particularidades.
En cuanto a la detención domiciliaria, en el segundo semestre del 2013 se observó un incremento mensual de 710, que promedia los 118 internos.